A setenta
kilómetros de Madrid, por la A-42, se
encuentra Toledo, “madre de todas las Españas.” Ciudad Imperial, Patrimonio de
la Humanidad y cuna de las tres culturas
que habitaron estas tierras; musulmana, cristiana y judía.
Comenzamos
nuestra andadura en la actual capital española y no queríamos abandonar la
hospitalidad de sus gentes sin rendir un sentido homenaje a sus ancestros.
Éramos los embajadores del Imperio del Centro, con más de cinco mil años de
historia, pero en estas tierras hubo un tiempo en que jamás se ponía el sol.
A media mañana
nuestros pasos se dirigieron al barrio de la judería, lugar que fue creciendo
al unísono que la floreciente comunidad hebrea, aquí llamados sefardíes. Un
edificio anodino se perfiló ante nosotros. Era la sinagoga de Santa María la
Blanca. Como ocurre en muchas ocasiones sus tesoros se encuentran
intramuros. De estilo mudéjar destacan
las columnas octogonales, sus arcos lobulados con decoración en yeso, los
capiteles con ornamentación de tallos de piñas (no habiendo uno igual al otro).
En sus aledaños visitamos “Los Baños del Ángel”, recientemente restaurados y
pertenecientes a la Ruta del Patrimonio Desconocido de Toledo. Dichos baños
eran fruto del asentamiento musulmán y se situaban en esta zona debido a la
existencia de un manantial en una casa cercana. En la Calle Samuel Levi se
levanta la Sinagoga del Tránsito, construida en el siglo XIV. Me llamó
poderosamente la atención el artesonado de madera de alarce, el cual tenía
incrustaciones de marfil y decoración
pintada. Los muros estaban profusamente decorados.
Girando a la
izquierda hacia el Paseo del Tránsito y continuando por Alfonso XII – a unos
diez minutos – llegamos a la Mezquita del
Cristo de la Luz, la más importante muestra del arte islámico en Toledo.
El libro de la Historia se abre ante nosotros, mostrándonos justo por debajo de
la mezquita, restos de pavimento romano. La puerta de Bib- Al – Mardon nos
habla de un pasado esplendoroso, en el cuál
el agua corría por los patios toledanos. Aprendemos una nueva palabra;
mudéjar (aquél a quien han permitido quedarse). Dicho vocablo hace referencia a
la permanencia musulmana tras la conquista cristiana del siglo XI.
Nuestra visita
prosigue hacia la Catedral de Toledo, custodia de magníficas obras de arte. Su
nave de noventa metros de alto se formo sobre edificios romanos, visigodos y
mudéjares y es estandarte de todos los estilos artísticos hispanos. La
sensación en su interior era la de estar completamente aislado del mundo,
elevándonos a una dimensión celestial.
Torres,
ermitas, murallas, puertas, restos romanos, sinagogas, cuevas, patios y agua,
historia labrada en piedra mudéjar, cristiana y judía. Una sensación de paz
recorre nuestros cuerpos. Nos fundimos en un sentido abrazo.
En las cercanías
de la catedral hacemos un alto en el camino. Nuestro apetito se ha despertado
al contemplar tan magnífico despliegue artístico. Estamos en “Locum”, famoso
establecimiento situado en una antigua casa toledana, con mesas alrededor
de un patio interior. Parece que todavía
estoy viendo a mi hijo relamiéndose
contemplando el cochinillo que descansaba ante sus ojos. ¿Habría sitio
en nuestras maletas para unos cuantos gramos de esos exquisitos mazapanes?
Víctor – el propietario – nos obsequió con una bandeja. Mi mujer, tan dada a
las etiquetas, hizo el resumen pertinente. Lugar fino, elegante y de sabrosa
carta.
A cuatro
kilómetros del centro de Toledo, en el Cerro del Emperador – una pequeña colina
– se encuentra el Parador Nacional de Toledo. La red de Paradores Nacionales se
caracteriza por servirse de enclaves con historia y encanto, siendo sus señas
de identidad, un servicio excepcional y un entorno privilegiado..
El Parador se
sitúa junto a un meandro del río Tajo,
conformando dicho complejo un estupendo mirador sobre la ciudad. Su
construcción hace gala del estilo regional. La directora – Olivia Reina – tuvo la amabilidad de recibirnos a la
entrada, interesándose por nuestra estancia en España.
Un artesonado
de madera destacaba en la confortable y espaciosa habitación. Disponía de un
amplio balcón, cuyo escenario reflejaba en aquellos momentos el atardecer sobre
la ciudad imperial, mostrando la variación en las tonalidades de sus casas. Las
vistas de la terraza del Parador ofrecían una panorámica majestuosa. Sin lugar
a dudas – si la mañana acompañaba – dicha terraza sería el lugar ideal para la reunión de trabajo que pondría la
rúbrica final a nuestra estancia en España. Pero Toledo aún nos tenía que mostrar
muchos tesoros.
Eran las ocho
de la tarde, noche cerrada. Debajo del Monasterio de San Juan de los Reyes se
encontraba el Puente de San Martín. Un cielo estrellado y una luna llena
misteriosa envolvían el silencio del casco antiguo. Al fondo – en la colina más
alta de la ciudad – se levantaba entre sombras la mole del edifico del Alcázar,
el cual había sido un bastión defensivo en época romana y musulmana. Se
construyó en tiempos de Carlos V. Dicha edificación sufrió importantes daños
durante la Guerra Civil de 1936. Pusimos rumbo a la Plaza de San Juan de los
Reyes, dispuestos a ser testigo de la última clase magistral de nuestra
encantadora guía, gran conocedora del arte español y en particular de la
historia de Toledo. Caminamos por la calle de Santo Tomé, rumbo a la Plaza del
Ayuntamiento, situada frente a la catedral.
La suave voz
de Yang Cheng hablaba de leyendas, magia, templarios, tormentos, callejones del
Diablo y del Infierno, todo ello narrado entre sombras. Esta ruta no quiero
desvelársela en profundidad. Quiero que recorran sus rincones y leyendas y se
estremezcan saboreando el misterio del momento.
El nuevo día
amaneció nublado, con catorce grados de temperatura. Mi familia disfrutaría de
la mañana visitando la Iglesia de Santo Tomé, que albergaba a la entrada “El
entierro del Conde de Orgaz”, cuadro más conocido del Greco. Profundizando en
la obra del autor también acudiría al Hospital de la Santa Cruz. Su jornada
concluiría con las últimas compras, concretamente de artesanía toledana. En las
proximidades de la catedral había “localizado” algunas tiendas interesantes.
A las once
iniciamos la reunión de trabajo. Jorge Valcarcel ( Director de la Cámara de
Comercio Hispano – China), había llegado momentos antes con cuatro influyentes
empresarios. La reunión se prolongaría durante la mañana, concluyendo con un
sugerente almuerzo, en el cual creo que la perdiz sería la protagonista.
España y
China, China y España. ¿Cómo definir nuestra relación? Lo intentaré. Nuestra
historia es como la de dos jóvenes adolescentes. Han oído hablar el uno del
otro, pero no se conocen. Inesperadamente se encuentran y después de un
conocimiento mutuo, prolongado en el tiempo, la confianza crece rápido como el
bambú. De esas fuertes raíces surge el amor, cuya lógica consecuencia es el
inicio de un proyecto de vida en común, proyectos compartidos…etc.
Toledo había
sido testigo de un hecho que nos debía llevar a la reflexión; la convivencia
entre culturas. Ahora, sería el puente que uniría el ingenio español con el
poderoso dragón, abriendo las puertas de la Gran Muralla.
Alegría, luz y
hospitalidad; esa es la esencia de España.
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